ATAQUE EN SAN BERNARDINO
Gustavo A. Moreno Martínez geogariki@prodigy.net.mx
INTRODUCCIÓN
Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes, reza el refrán popular mexicano que se usa para comentar situaciones catastróficas, y así empezaría aquel 1918 el gobernador con permiso y jefe militar de Sonora, Plutarco Elías Calles, ya que la tarde del día 4 de enero le dan la noticias que en el resguardo aduanal de San Bernardino, dependiente de la Aduana de Agua Prieta y ubicado a unos 28 kilómetros al oriente de ese puerto fronterizo, se había dado un ataque entre soldados estadounidenses y los oficiales del resguardo, lo que significaba que podía evolucionar en un conflicto internacional.
El casco del rancho San Bernardino se ubica, aun en la actualidad, a escaso un kilómetro de la línea fronteriza y a menos de dos kilómetros al sureste del rancho Slaughter, mientras que el resguardo aduanal se ubicaba a unos 150 metros al sur de la línea internacional. La razón de la existencia de este resguardo era porque por esa zona existía mucho contrabando de armas. Durante el Siglo XIX era un paso muy utilizado por los grupos de contrabandistas y por los apaches que hacían sus incursiones hacia Sonora y de regreso; de hecho por este sitio pasó Gerónimo cuando se rindió en Fronteras al ejército estadounidense en 1886.
Localización del Rancho San Bernardino en cuyos terrenos se encontraba el resguardo aduanal (Imagen: Google Earth) |
EL ATAQUE
Todo comenzó cuando la tarde del viernes 4 de enero estaban los ocho empleados de la aduana en el sitio, eran jinetes experimentados ya que continuamente patrullaban la zona para detectar contrabandistas. Mientras tanto, al norte de la línea fronteriza, en el rancho Slaughter había acampado una compañía de soldados americanos pertenecientes a la Tropa B del 17º Regimiento de Caballería que había salido un día antes de Camp Harry J. Jones a una marcha de práctica al frente del Capitán David H. Blakelock.
Camp Harry J. Jones ubicado al este de Douglas Arizona, 1918 (Foto: Association of the 3d Armored Division). |
Como de costumbre, los oficiales mexicanos se encontraban en el resguardo cuando dos soldados del ejército estadounidenses cruzaron la línea con armas de caza buscando conejos y llegaron a unos 100 metros al sur de la línea. Tres de los guardias arrestaron a los soldados y los llevaron a la pequeña construcción de la aduana, eran el capitán David H. Blakelock, comandante de la tropa, y el teniente George J. Lind. El arresto se hizo en presencia de toda la tropa.
En el momento en que otros dos guardias se acercaron al edificio para ver a los prisioneros, los soldados estadounidenses se precipitaron hacia la línea disparando. Los mexicanos dispararon algunas balas, pero fueron sorprendidos y vencidos rápidamente. Tres de ellos cayeron ante la primera descarga: dos muertos y uno herido. Los muertos eran Federico Fraijo y Cornelio Corrales, ambos eran hombres casados; y el herido era Genaro Trujillo, hijo del juez Gabriel Trujillo de Agua Prieta.
Después de atacar el resguardo aduanal para rescatar a los oficiales arrestados, el pelotón regresó rápidamente al rancho Slaughter llevándose al herido y tres prisioneros, dos alcanzaron a escapar. El capitán Blakelock se apresuró a ir a Douglas en automóvil para dar avisar del asunto al coronel Morgan, y una ambulancia fue enviada de inmediato para traer al hombre herido, quien ingreso a un hospital de Douglas con una herida de bala en el cuello y espalda, se encontraba paralizado del cuello hacia abajo.
Del lado mexicano, los dos que pudieron huir llegaron a Agua Prieta y avisaron al coronel Agustín Camou, comandante militar de la ciudad. Cuando recibieron un primer de los hechos ocurridos. Camou y Simón H. Martínez, el recaudador de aduanas, partieron de inmediato hacia el lugar en dos automóviles, llevando consigo una pequeña guardia de soldados. Estos militares y Camou permanecieron en el sitio unos días.
LAS VERSIONES DEL ATAQUE
Después de recibir un informe el coronel Agustín Camou, otro día en la tarde, junto con el cónsul mexicano Ives G. Lelevier trataron el asunto con el coronel George H. Morgan, comandante del distrito militar de Arizona. El cónsul Lelevier declaró:
“Fue un hecho lamentable, es la primera vez que algo así ocurre en la frontera y no hay duda de que los soldados estadounidenses fueron los culpables. Al arrestar y desarmar a los oficiales, los guardias simplemente estaban cumpliendo órdenes. A los soldados estadounidenses en uniforme no se les permite cruzar la línea para cazar sin un permiso. No hace mucho, dos mayores estadounidenses cruzaron la línea de la misma manera. Nuestros guardias los capturaron y les quitaron sus escopetas, pero los trataron cortésmente y se los devolvieron a los oficiales estadounidenses sin ninguna fricción ni problema. Tenemos testigos estadounidenses que demuestran que los oficiales estaban en el lado mexicano de la línea cuando fueron arrestados”.
Mientras tanto, los estadounidenses daban su versión de los hechos y aseguraban que estaban a media milla al norte de la frontera cuando fueron arrestados por tres mexicanos. Decían que los otros soldados no se habrían enterado de nada durante algún tiempo, que si no hubiera sido por el hecho de que varios mexicanos dispararon contra dos estadounidenses separados del resto del grupo. Decían que, entonces, los soldados en el campamento descubrieron lo que estaba sucediendo y corrieron a través de la línea al rescate, algunos de ellos ni siquiera esperaron a montar a caballo, disparando mientras cargaban. No esperaron órdenes, sino que simplemente se lanzaron al rescate de sus camaradas como lo harían los amigos. Ni un solo soldado recibió un rasguño.
A continuación se incluye un relato de la escaramuza según lo relatado por los hombres del campamento Harry J. Jones:
“La tropa B, comandada por el capitán David H. Blakelock, partió del campamento Harry J. Jones el viernes por la mañana rumbo al rancho Estes, treinta y cinco millas al este de aquí, para realizar una caminata. La tropa se detuvo en el rancho Slaughter, dieciocho millas al este, para pasar la noche. El capitán Blakelock y el teniente George J. Lind fueron a cazar y estaban cerca de la línea cuando una banda de ocho mexicanos vestidos como soldados de los Estados Unidos, montados en caballos de caballería de los Estados Unidos, los sorprendió y les ordenó rendirse. Los oficiales fueron capturados. La banda de mexicanos disparó contra el sargento Gustav Nielson y el herrador William Sparks. Se apresuraron a buscar al comandante de la tropa para informarlo. Al descubrir que el comandante de la tropa y el teniente habían desaparecido, se notificó al teniente Charles B. Bubb. El teniente Bubb ordenó a la tropa que se preparara para perseguir a los agresores.”
Una versión por demás fantasiosa e increíblemente inventada para justificar el asesinato de tres oficiales del resguardo aduanal (luego moriría el que resultó herido). Algo bastante extraño porque no se supo ni explicaron puntualmente cómo es que los mexicanos se apoderaron de los caballos que pertenecían, supuestamente a Regimiento 1º de Caballería de los Estados Unidos, ni de los abrigos que dijeron que llevaban, que pertenecían, según dijeron, a la Primera Tropa de ese regimiento.
De los noventa y dos hombres de la Tropa B, cincuenta eran reclutas, la mayoría de los cuales nunca habían disparado un arma antes del ataque. El capitán era de Fort Leavenworth y había llegado a Douglas en julio, solo unos meses antes. Los tenientes eran oficiales de reserva de campos de entrenamiento. Todo parece indicar que la tropa estaba compuesta, en su mayoría por militares que no tenían el mínimo entrenamiento y por oficiales que tenían poco tiempo en la zona y no conocían la región, probablemente ni los protocolos internacionales, por lo que cometieron varios errores mayores en su prepotencia por justificar uno menor, el cruzar, probablemente de forma no intencional, la frontera, asunto que podía resolverse de manera pacífica y sin mayores consecuencias, como ya había sucedido anteriormente.
Dos días después, el coronel George H. Morgan acompañado por los dos oficiales estadounidenses que fueron rescatados por los soldados de caballería; en conjunto con el cónsul Ives G. Lelevier y el coronel Agustín Camou en compañía de los dos agentes aduanales mexicanos que escaparon durante el ataque, realizaron una investigación conjunta del asunto el domingo 6 de enero. La investigación, volvió a repetir, había reforzado la evidencia que ya tenía de que los oficiales fueron capturados en territorio de los Estados Unidos. Mientras Lelevier afirmaba que la captura tuvo lugar a unos pocos pies al sur de la frontera internacional.
El coronel Morgan envió esa misma noche un informe del asunto a la sede del departamento en San Antonio, junto con dos mapas de la escena que mostraban dónde se encontraban los hombres cuando fueron capturados por los mexicanos y, según su versión, era aproximadamente 200 pies al norte de la frontera. Por su parte el cónsul Lelevier, también había enviado un informe a la Ciudad de México afirmando que la captura tuvo lugar al sur de la línea y que había enviado a Ignacio Bonillas, embajador mexicano en Washington, una enérgica protesta contra lo que él llamó:
"Una flagrante violación del territorio mexicano y el asesinato a sangre fría por soldados estadounidenses de dos agentes de aduanas mexicanos en el cumplimiento de sus funciones".
LAS CONSECUENCIAS
El enfrentamiento entre las tropas de los Estados Unidos y los funcionarios del resguardo aduanal, fue un acontecimiento que causó gran pesar en ambos lados de la frontera. Fue provocado, sin duda, por una concepción errónea de la intención y el propósito por parte de todos los implicados, ya que no era intención de los funcionarios mexicanos causar daño a los oficiales estadounidenses que fueron arrestados mientras cazaban. Sin embargo, la actividad de los bandidos en la frontera de Texas y en la frontera de Arizona en las cercanías de Nogales sólo unos días antes fue causa suficiente para que los soldados estadounidenses estuvieran muy alertas ante cualquier incursión a lo largo de esta sección de la frontera. Pero los funcionarios de aduanas que fueron asesinados no hacían más que obedecer órdenes cuando los arrestaron. Esto era cierto sólo en el supuesto de que los oficiales estadounidenses estuvieran en México cuando fueron capturados. Por otra parte, difícilmente se podría afirmar que el teniente Bubb, quien dio la orden de ataque, estaba fuera de servicio cuando fue al rescate de sus oficiales superiores si creyera que habían sido capturados al norte de la frontera y llevados a México. El desafortunado y lamentable evento debería llevar a tener más cautela en el futuro por parte de los soldados y oficiales de ambos lados de la línea para evitar otro de este tipo.
Para el 7 de enero, se decía que el general Plutarco Elías Calles, como jefe militar de Sonora, tenía previsto llegar a Agua Prieta al siguiente día por la mañana para participar en la investigación de la muerte de los agentes aduanales, las heridas de uno y la captura de otros res por parte de los soldados americanos que permanecían presos en el campamento Harry J. Jones; sin embargo nunca llega a esa ciudad fronteriza.
Trastocada la paz y la tranquilidad de esa zona fronteriza seguía prevaleciendo cierta inquietud en ambas poblaciones, además, ese mismo día 7 se pusieron en vigor normas de tráfico más estrictas entre esta ciudad y Agua Prieta. Los ciudadanos de Douglas que tenían la costumbre de cruzar la frontera para conseguir carne, papas y otros suministros baratos; fueron detenidos en la línea y se les informó de que no podían cruzar sin autorización del cónsul mexicano Ives G. Lelevier. Hasta ahora, todo lo que se ha necesitado es una tarjeta de identificación del Immigration Inspector in Charge Heath. De ahora en adelante, esta tarjeta tendrá que recibir el visto bueno del Sr. Lelevier antes de que sea reconocida al cruzar la frontera. La tarifa sería de un dólar. Las personas que deseaban ir más allá de Agua Prieta, como a Nacozari, tendrían que pagar una tarifa de dos dólares.
Ese mismo seguiría muy activo, ya que el gobernador interino, Cesáreo. G. Soriano, notifica al cónsul Lelevier que solicite al coronel George H. Morgan la liberación de los tres guardias aduanales que seguían bajo custodia en el campamento Harry J. Jones, solicitud que se apresuró a cumplir el cónsul, declarando de nuevo que:
“La investigación ha demostrado que los americanos fueron claramente los culpables del asunto y no parece haber ninguna razón por la que los prisioneros deban permanecer detenidos por más tiempo en suelo americano”.
Por la noche se informó que Genaro Rosario Trujillo Córdova, quien fue herido en el ataque del viernes, murió a las 5:00 p.m. en Agua Prieta, ya que las autoridades militares habían permitido desde el sábado 5 que fuera llevado a su hogar. Muere en su casa a la edad de 30 años, originario de Sahuaripa y, dice el acta de defunción, a causa de un balazo. Con su muerte, el número de mexicanos fallecidos como resultado de la escaramuza asciende a tres. Sin embargo, jamás hubo una disculpa o castigo contra los invasores del territorio nacional y asesinos de tres oficiales aduanales.
LAS VIUDAS Y HUÉRFANOS DE SAN BERNARDINO
De los tres fallecidos durante el ataque al resguardo aduanal de San Bernardino, dos eran casados: Federico Fraijo y Cornelio Corrales. Federico Fraijo originario de Tecoripa, Sonora, casado con Felipa Vázquez, tenía 48 años al momento de su muerte y, de sus seis hijos, solo le sobrevivían los dos mayores Federico y Jesús de 21 y 22 años, respectivamente. Cornelio Corrales originario también de Tecoripa, casado con Camila Soto, murió de 52 años y dejó huérfanos a ocho hijos, tres hombres y 5 mujeres: Francisco, Aurelio, Leoncio, María Aurelia, José María, Josefina, Mercedes y María Dolores; nacido entre 1905 y 1918. María Dolores, la más pequeña, nace casi dos meses después de la muerte de su padre.
Como la muerte de los oficiales aduanales fue consecuencia de sus actividades laborales, el gobierno le otorgó una pensión vitalicia de $45 pesos oro a cada una de las familias afectadas para cubrir sus mínimas necesidades.
LA FAMILIA CORRALES SOTO
Cornelio Corrales era originario de Tecoripa, mientras que su esposa Camila Soto lo era de Guaymas, sitio donde al parecer se casaron. Con la finalidad de mejorar económicamente se estuvieron moviendo por diferentes sitios, siempre mudándose cada vez más al norte. Primero estuvieron en La Colorada, después pasaron a Hermosillo, para 1914 se encontraban en Cananea donde nacen las gemelas José María y Josefina. En busca de mejores horizontes y tal vez invitado por su paisano Federico Fraijo, llega en 1916 al fronterizo poblado de Agua Prieta donde se integra como empleado de la aduana y es enviado al resguardo aduanal de San Bernardino, sitio donde terminaron sus sueños para mejorar la situación económica de la familia.
Francisco, Cornelio y Leoncio, los tres hijos mayores de Cornelio y Camila, habían nacido en Guaymas y Hermosillo entre 1905 y 1911, época en la que había muchas agitación laboral en el estado, pues los miembros del Partido Liberal Mexicano (PLM) estaban causando inquietud entre los obreros y distribuían el periódico “Regeneración” a través de las huestes magonistas; llegando finalmente, en 1911, el estallamiento de la revolución en Sonora. Cuando Francisco tenía 9, Cornelio 7 y Leoncio 3 años, llegan a Cananea en 1914, pero la minería estaba en problemas y en abril de ese año estalla una huelga, por lo que es probable que haya trabajado en la comisaría de San Pedro Palominas donde su paisano Federico laboraba desde por lo menos 1895. En 1916 se trasladan al poblado de Agua Prieta, que ese mismo año adquiere la categoría de municipio, donde ingresan a la burocracia aduanal.
Camila Soto al quedar viuda y en condición de pobreza con ocho huérfanos, estuvo enfrentando las responsabilidades familiares sola, aunque recibía la cantidad de $45 pesos mensuales como pensión vitalicia, no eran suficiente para los gastos de alimentación, vestido y educación que requería su numerosa familia y ella misma; de los hijos cinco eran menores de 8 años. Obligada por sus limitaciones económicas y probablemente aconsejada por familiares o amigos, Camila Soto Vda. de Corrales, en 1920 solicitó ayuda al gobierno del estado, para que a los tres hijos mayores les fuera permitido ingresar a la Escuela “Cruz Gálvez”, ya que: “no me es posible atenderlos debidamente y mucho menos darles escuela”, argumentaba la viuda.
En ese sentido, la viuda de Cornelio Corrales escribió una carta al gobernador de Sonora que decía:
“Agua Prieta, Sonora, a octubre 11 de 1920.
C. Flavio A. Bórquez.
Gobernador Constitucional Interino del Estado.
Hermosillo, Son.
Sr. Gobernador: Camila Soto Vda. de Corrales, originaria de Guaymas, y con residencia en este lugar desde hace cuatro años, ante Ud, con el respeto que me merece… comparezco a exponer: Que en fecha 4 de enero de 1918, perdí a mi esposo Cornelio Corrales, quien fue muerto en la Sección Aduanal de San Bernardino, por un grupo de Soldados Americanos que atacaron a varios celadores de los que formaban el Resguardo en aquel Puerto. Que, al morir mi esposo, me dejó una numerosa familia, pues son 8 entre hombre y mujeres, el Gobierno Federal me ha asignado una pensión de $45.00 oro nacional mensuales, cantidad que no me es bastante para atender las necesidades de mi familia, por lo que he de Mercer (solicitar) a Ud. se sirva concederme el ingreso de tres de mis hijos a la Escuela “Cruz Gálvez” de esa capital, pues no me es posible atenderlos debidamente a fin de que puedan recibir una educación que siquiera los salve de la ignorancia.
Conocidos como son del pueblo Sonorense los sentimientos de Ud. y el amor que siente por la Instrucción de las masas, personas que lo conocen me han aconsejado dirigirme a Ud. no dudando que esta mi petición será atendida positivamente. No contando con recursos suficientes para trasladarme a esa Capital, en caso de alcanzar la gracia que solicito, he de Mercer (solicitar) a Ud. proporcionarme pases (de tren) para mis hijos que me comprometo pagar mensualmente. Los nombres de ellos son: Francisco Corrales, Cornelio Corrales y Leoncio Corrales, de 15, 13 y 9 años respectivamente. Me permito C. Gobernador, protestar a Ud. en nombre de mis hijos y en el mío propio la expresión de nuestra gratitud. En espera de sus gratas órdenes, quedo de Ud.
Su Atta. Servidora.
Camila S. Vda. de Corrales.”
Cuando el gobernador recibió la misiva de la viuda de Cornelio Corrales, la institución educativa “Cruz Gálvez” se encontraba en sus mejores tiempos, sus instalaciones habían sido mejoradas y aumentada su capacidad para recibir más alumnos, de hecho el gobierno recomendaba a los municipios que todos los niños en condición de calle o huérfanos fueran enviados a esa escuela. Dadas las inmejorables condiciones de la escuela y disposición del gobierno estatal, el gobernador interino garrapateó al margen de la carta la respuesta:
“Sí, que los inscriban… son 3 niños a la Cruz Gálvez”
BIBLIOGRAFÍA
AGES.- Carta de Camila S. Vda. de Corrales al C. Flavio A. Bórquez, Gobernador Constitucional Interino del Estado de Sonora. Escuela Cruz Gálvez.
FamilySearch.- México, Sonora, Registro Civil, 1861-1995. Actas de nacimiento, matrimonio y defunción.
HEMEROGRAFÍA
Douglas Daily International, January 05, 1918.
Douglas Daily International, January 07, 1918.
Albuquerque Morning Journal, January 08, 1918.
Arizona Republican, January 08, 1918.
Bisbee Daily Review, January 08, 1918.
Douglas Daily International, January 08, 1918.
Douglas Daily International, January 09, 1918.
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