lunes, 3 de marzo de 2025

RADIOGRAFÍA DE UN OBRERO DE LA 4C: ALBERTO MORENO DUARTE “EL OPERADOR”.

RADIOGRAFÍA DE UN OBRERO DE LA 4C: ALBERTO MORENO DUARTE “EL OPERADOR”.

Gustavo A. Moreno Martínez geogariki@gmail.com

SUS ORÍGENES

Nace en el campo minero de La Catalina, municipio de Cananea, Sonora el 8 de marzo de 1924. Su padre Alberto Moreno Ramírez (1879-1944) originario de Pozo de Crisanto del entonces municipio de San Miguel Horcasitas (actualmente municipio de Carbó). Sus abuelos paternos eran Juan Moreno y Guadalupe Ramírez. Su madre Ana C. Duarte Rodríguez (1884-1957) originaria de El Carmen municipio de Hermosillo. Mientras sus abuelos maternos eran Jesús Duarte y Margarita Rodríguez.

Alberto y Ana se casaron primero por la iglesia el 25 de agosto de 1909 en San Miguel de Horcasitas y el 29 de mayo de 1924 por el civil en Cananea. Del matrimonio, aunque se sabe que hubo muchos embarazos, sólo sobrevivieron seis hijos: Manuel (1913-1973), Socorro (1915-2002), Sofía (1917-2012), Bautista (1919-1988), Alberto (1924-2013), Emiliano (1927-1976).

La familia originaria del área de San Miguel Horcasitas estaba avecindada en el poblado de Codorachi del mismo municipio, donde nacen Manuel (06/10/1913) y Socorro (22/12/1915). Es probable que mientras la familia vivía en Codorachi, Alberto trabajaba en la mina La Colorada, al sur de Hermosillo, como ensayador de metales, como lo muestra un permiso de migración para ir a trabajar a Tempe, Az y declara que su último domicilio era esa población. Probablemente vivieron en Codorachi hasta finales de 1916 o principios de 1917. En San Miguel de Horcasitas bautizan a Socorro el 23 de febrero de 1916, pero seguramente en ausencia de su padre, porque Alberto se había marchado a trabajar a Tempe como lo muestra el permiso de fecha 7 de enero de 1916.

Tarjeta de emigración de Alberto Moreno para trabajar en Tempe, Az 07/01/1916.

Probablemente después de su regreso de Arizona, migraron a Cananea, donde nace Sofía (01/08/1917) en el campo minero de La Demócrata, en casa de la madre de Ana, donde quizás vivieron mientras conseguían trabajo y donde establecerse. Aunque no está claro cuando se establecieron en el campo minero de La Catalina, donde vivía Jesús Duarte, el padre de Ana, pero para mediados de 1919 ya se encontraban viviendo en ese campo, donde nacen: José Bautista (29/08/1919), Alberto (08/03/1924) y Emiliano (25/07/1927).

No se sabe en que trabajaba Alberto Moreno Ramírez mientras vivieron en La Catalina, posiblemente en la mina propiedad de Calumet & Sonora Mining Company, aunque seguramente trabajó poco tiempo porque en septiembre de 1919 se había marchado a trabajar de nuevo a Tempe, Az, lo extraño es que ingresó por El Paso, Tx. Por otra parte la mina cierra sus operaciones definitivamente a mediados de 1921, por lo que no hubo más trabajo en ese campo. Además, desde enero de ese mismo año, Cananea estaba en problemas laborales por el cierre (Shut down) de la Cananea Consolidated Copper Company (4C) como protesta contra el gobierno de Álvaro Obregón por el alza de los impuestos, por lo que no había trabajo en la ciudad.

Tarjeta de Entrada-Salida de Alberto Moreno para trabajar en Tempe, Az del 20/09/1919 al 25/12/1919.

A manera de paréntesis, es necesario mencionar que todo parece indicar que Alberto Moreno Ramírez fue un padre que se ausentaba con frecuencia y/o no aportaba, como debía ser, para el sustento cotidiano del hogar, porque además de que siempre hubo muchas necesidades, no estuvo, al menos en el bautizo de Socorro, no se presentó en el registro de nacimiento de Alberto (03/04/1924) ni de Emiliano (09/08/1927). Estuvo los días 28 y 29 de mayo de 1924 cuando registraron a los 4 hijos mayores y para casarse por el civil el día 29. Probablemente estuvo presente en intervalos hasta finales de 1926 o principios de 1927, porque ya no hay indicios de él, hasta el día de su muerte, aunque su domicilio siempre era el de la familia. Alberto Moreno Duarte, su hijo, en sus memorias manuscritas, siempre hace mención de que su madre trabajaba, que el ayudaba a sus hermanos mayores, que sus hermanos consiguieron trabajo, pero nunca menciona a su padre, excepto en una anotación marginal que dice:

“Yo siempre soñé con subir a la estrella del cenit y decirle a mi padre, sin palabras, de qué forma lo amaba y cuanto me había hecho falta.”

Manuel, Bautista y Alberto (sin cabeza) en La Catalina. Al fondo como fantasma se ve su madre Ana, c1929 (Foto: G. Gustavo A. Moreno M.)

Como sea, siguieron viviendo en La Catalina, al parecer en condiciones muy precarias, como se muestra en la fotografía anterior, donde se encuentran Manuel, Bautista y Alberto (sin cabeza), hasta 1932 cuando finalmente las condiciones económicas los obligaron a abandonar La Catalina, pues la gran depresión económica mundial que había iniciado en 1929 y que obligó a cerrar temporalmente todas las empresas importantes del Estado, seguía golpeando la economía regional y los forzó a abandonar lo poco que tenían en ese lugar y trasladarse al campo minero de La Campana. Fue una época dura donde Ana trabajaba como costurera y vendía las prendas a las familias mineras de la zona, así sobrevivían mientras los hijos mayores (Manuel y Bautista) conseguían trabajo, pero pasaron seis meses y la situación de la familia no mejoró. Decidieron migrar a Cananea Vieja donde había más posibilidades de trabajo y para estar cerca del centro de la ciudad. Al poco tiempo Manuel, el mayor, con cerca de 20 años consigue trabajo en la 4C, pero como era mina subterránea, el trabajo era muy peligroso y los mineros pronto eran afectados de los pulmones por la silicosis por falta de seguridad y equipo de prevención. Su madre no quiso que siguiera trabajando en la mina y abandonó ese empleo.

Así transcurrió el tiempo y llegó 1936 cuando, la recién creada Sección 65 del Sindicato Minero Nacional, estalló una huelga en la 4C que duró seis largos meses y era la única fuente de trabajo importante en la región. Cerca del 30% de la población abandonó la ciudad y un buen porcentaje de éstos, para sobrevivir, se fue a gambusear (lavar oro en los arroyos o cerca de donde hubiese agua) en los terrenos de la Compañía Ganadera de Cananea (Latifundio Greene). El monte se llenó de gente que inicialmente acampaba debajo de los encinos mientras construían jacales para sobrevivir al duro invierno. Los ahora gambusinos invadieron los bajíos: Las Rastritas, Los Alisos, Los Horcones, Los Paredones, El Encanto, El Alamillo, El Mezquite, La Cañada de Oro, El Oro Bonito, El Agua Tirada y algunos lugares más.

Para entonces Alberto Moreno Duarte tenía poco más de 12 años, decía que trabajaba desde que tenía 7 u 8 años. Comentaba que nunca fue a la escuela formalmente porque había que buscar la forma de conseguir que comer trabajando en lo que fuera, menos robar. Igual que mucha de la gente que abandonó Cananea, su familia decidió ir rascarle las entrañas al subsuelo para obtener algo de oro para sobrevivir. Por su edad, el ayudaba a sus hermanos mayores en el acarreo del agua para lavar la tierra que le arrancaban a los paredones o sacaban de los arroyos. Respecto a sus escasos estudios comenta:

“En una ocasión el Presidente Municipal, (no sé si alguien más) mandó a un profesor y entre los padres de familia construyeron una enramada de palmilla para que el maestro nos enseñara a leer y escribir. Pero no tuvo mucho éxito porque nos interesaba más el acarreo de agua que ir a estudiar. Por mi parte les acarreaba agua a mis dos hermanos mayores para que ellos lavaran la tierra para sacar el oro y obtener algo para comer. En el escaso tiempo que fui a clases asimilé muy poco. Aprendí a poner mi nombre, el de mis padres y hermanos, y palabra sueltas como perro, burro, pájaro, mesa y otras palabras sencillas. Recuerdo que iba muy poco a las clases y en una ocasión me dijo el profesor que había pasado a segundo año. Con eso que aprendí, tuve para comprender muchas cosas que me enseñó la vida, porque después me puse a deletrear todo papel o documento que caía en mis manos. Me gustaba mucho escuchar a las personas y hasta me criticaban porque no hablaba, porque no sabía que decir, pero con el tiempo fui aprendiendo. Llegué a ser defensor de los trabajadores porque me aferre al contrato colectivo, se me facilitaba el trabajo que desempeñaba. Llegué a tener cargos en el sindicato y era tomado en cuenta a pesar no haber ido a la escuela. Aunque cuando se trataba de números me estrellaba, porque solo me dediqué a leer y escribir.”

Así sobrevivió la familia durante cerca de tres años hasta que, en 1939, la Compañía Ganadera encontró la forma de sacar a la gente de sus terrenos. Ofreció comprarles todas sus pertenencias pagándoles lo que quiso, además se comprometió a trasladarlos a cualquier parte del país que quisieran. La familia Moreno Duarte escogió migrar a Santa Ana, Sonora, donde también sobrevivieron precariamente de trabajos temporales hasta mayo de 1943.

Alberto Moreno Duarte cuando tenía cerca de 20 años (Foto: Gustavo A. Moreno M.).

COMO OBRERO DE LA COMPAÑÍA MINERA

Corría el año de 1943 y la familia regresa a Cananea con el firme propósito de trabajar en la compañía minera 4C y se instalan en una casa en la Av. Guerrero No. 50. Casi de inmediato los cuatro hermanos de la familia entraron a trabajar a la empresa, tres a la concentradora nueva y uno a la mina subterránea La Colorada. Alberto que ya contaba con 19 años narra:

“Cuando yo llegué a Cananea en busca de trabajo, ya que en esos años la empresa estaba empezando una ampliación muy grande y estaba contratando a mucha gente. El 20 de mayo de 1943 empecé a trabajar en la concentradora, que ya estaba en construcción, inicié como carpintero de segunda y trabajé con esa categoría como unos 8 meses, después conseguí que me ascendieran a carpintero de primera por palancas que tenía. Pero no estaba a gusto de carpintero, porque tenía que trabajar en lo alto y era muy peligroso. Me salí en octubre de 1944 y me pagaron 1,474 pesos por el tiempo que trabajé. Yo ya tenía amigos en el sindicato que me podían ayudar a volver a entrar al departamento del tajo de planta y con más salario, nomás que me dijeron que esperara a que hubiera un pedido para el tajo, porque en esos días pedían gente pero para subterránea, o sea, para el interior de las minas y no me convenía.”

Cartilla del servicio militar, hizo el servicio mientras trabajaba como carpintero en la Concentradora Nueva (Foto: Gustavo A. Moreno M.).

Esperó un poco de tiempo a que la empresa solicitara personal para el tajo, porque el trabajo en ese departamento era permanente y donde laboraba antes era temporal. Pues se llegó el día tan esperado, el día 5 de julio de 1945, hubo un pedido de personal para el tajo, donde Alberto quería trabajar y se presentó en el Sindicato. Fue el día 6 cuando el sindicato le dio la orden para la oficina de empleos de la compañía, ese mismo día lo mandaron al hospital a pasar examen y el día 7 de julio lo dieron de alta en la empresa, así lo narra:

“Salí bien de todo el examen requerido, pero no di el peso requerido, porque tenía que tenía que pesar 57 kilos o más y pesé 55.5 kilos, el doctor no quería pasarme con ese peso, hablé con él diciéndole que yo tenía mucha necesidad de trabajar y que lo que me faltaba de peso lo podía subir en unos 15 días, se soltó riendo y me dejó pasar. Llevé el examen a la oficina de empleos y me dieron la orden para que me presentara al día siguiente al taller mecánico del departamento del tajo. Era lo que yo quería. A las 6:30 de la mañana me presenté en la oficina de tiempo, allí me dieron la ficha de entrada para que se la entregara al mayordomo Pedro Bejarano y me dijera lo que iba a hacer. El mayordomo me despachó al cuarto de herramientas para que pidiera una escoba y un recogedor para que limpiara todo el piso donde trabajaban los mecánicos, era bastante grande, pero no andaba solo haciendo este trabajo, andábamos 5 jornaleros haciendo la talacha (limpieza) en todo el taller.”

Pasaba el tiempo mientras Alberto conocía a toda la gente que allí trabajaba. El sueldo de los jornaleros era de $9.07 pesos diarios, pero había veces que trabajaban los domingos y rendía más, porque el salario era doble. Había mucha gente trabajando, había muchos jóvenes que andaban de aprendices y otros haciendo la limpieza. Y a todos los que entraron ese día les dieron una escoba para que hicieran la limpieza y tiraran la basura.

Mientras aprendía a realizar otros trabajos, Alberto trabajó poco más de un año en esas actividades, pero a diferencia de otros, aprendió a manejar y lo ascendieron a una categoría que estaba estipulada en el escalafón, que era de chofer y mecánico en el taller de llantas, porque había que manejar el vehículo en que se movía para desponchar los carros que se encontraban lejos del taller. El salario era un poco más del mínimo y en esa categoría duró unos 7 años. Sigue narrando:

“Un día estaba desponchando una pick up cuando llego el superintendente general del departamento y me preguntó que si podía trabajar en los camiones metaleros, le contesté que sí, que si podía, entonces me ordena que le avisara a mi mayordomo y me trajera mi lonchera y, al regresar, me dijo: súbase, lo voy a llevar para arriba a donde andan trabajando los camiones para que le hagan una prueba, muy bien le contesté. Llegamos a donde estaba el mayordomo y el gringo le ordena a Don Agustín Vidaurri que me hiciera la prueba en los camiones. La categoría en los camiones metaleros de 35 toneladas era Chofer Especial. Me dijo el mayordomo que checara el camión No. 31, que le checara el aceite del motor, aceite de levante, llantas, cadena de tracción, radiador y otras partes. Bueno, todo estaba bien y el mayordomo me dijo que me fuera a la Pala No. 2 a que me cargara metal para la quebradora primaria. Me subí al camión, lo prendí y lo aceleré por diez minutos para que subieran las presiones y para calentar el motor, ya con el motor caliente y las presiones normales, agarre camino para la Pala No. 2 para que me cargaran el primer viaje de la prueba de 15 días. Al terminar la prueba yo sabía que iba ser aprobado porque di buen rendimiento, la máquina quedó en buen estado y no hubo faltas de asistencia de mi parte, eran las tres condiciones importantes para ser aprobado en un trabajo de esa naturaleza. Efectivamente pasé la prueba para chofer especial. Se hizo el ascenso con el salario y bonificación que percibían todo el personal de esa categoría. Siempre trabajé con mucho cuidado para que el camión estuviera bien de todo, para dejarlo en buenas condiciones para el siguiente pueble (turno).”

De ese día de abril de 1952 en adelante, a pesar de lo peligroso que era el trabajo, Alberto se sentía con más ánimo y con más confianza, porque iba a ganar más para solventar los gastos de su familia. Decía de lo peligroso del trabajo porque en los 27 años que trabajó en los camiones sucedieron varios accidentes mortales y otros donde los choferes quedaron incapacitados para seguir en las mismas labores, de hecho su hermano Emiliano murió en 1976 en un accidente en el tajo. Decía que en el tajo se gana buen dinero pero en cada viaje se va arriesgando la vida en cualquier turno, pero más en el pueble de noche, si no se descansa adecuadamente, si no se duerme bien en el trabajo no se soporta el sueño, porque en esas labores siempre se trabaja a muy baja velocidad y, cuando menos se piensa, te vence el sueño.

Licencia de Chofer Especial otorgada por la Compañía Minera de Cananea, nombre que a partir de 1960 toma la 4C (Foto: A. Elizabeth Moreno M.).

En esos 27 años en los camiones, Alberto estuvo tres veces a punto de perder la vida. Decía que vivía de puro milagro. Si en una de las tres veces no hubiese ocurrido un hecho inexplicable de por medio, allí hubiera terminado su vida, esto lo decía con toda seguridad y así lo narraba:

“En una ocasión, hacia 15 minutes que había subido con el camión cargado de metal a descargar a la quebradora primaria, para subir a la quebradora no estaba tan empinado el camino, pero de vuelta hay había una parte plana, pero adelante estaba una bajada para caer a otro camino por donde se subía a la quebradora, la bajada en cuestión era peligrosa cuando estaba mojada ya que se ponía muy resbalosa, los camiones derrapaban para uno y otro lado, se perdía el control porque no hay freno ni dirección, era un descontrol total. Para un lado estaba el cerro y para el otro había un voladero (barranco) como de 200 metros de profundidad. El camión se movía rápido rumbo al voladero, cuando las llantas ya estaban en la orilla, ya para irse al vacío, fue entonces cuando me salió un grito: ¡hay mamacita! y el camión se paró en seco. Todavía no me tocaba dejar esta vida. Cuando me di cuenta que el camión estaba parado, respiré profundo y me bajé dándole gracias a Dios y a mi madre que estaba con vida a la orilla del abismo. Eran las 5 de la tarde y no se veía nadie cerca de donde se quedó el camión. No me animé a moverlo porque estaba todo tembloroso y se pudiese ir para abajo. Subí a otro camino, a lo parejo, cerca de allí vi al ‘pipero’ que estaba llenando la pipa para seguir regando el camino, lo llamé para que viera donde había quedado el camión por la derrapada que se dio el camión por tanta agua que había echado en la pendiente, este pensó que yo lo iba a acusar con los jefes. Era un trabajador nuevo con poca experiencia, yo le estaba diciendo para que a esa bajada no se le echara mucha agua porque se ponía muy resbalosa. Para no hacerla tan larga, este trabajador no se le volvió a ver en el trabajo y nunca más lo he vuelto a ver en ningún lado. Ese día me mandaron al hospital para poderme controlar. Esto que me paso creo que fue un gran milagro.”

Camiones de 35 toneladas utilizados al inicio de los trabajos del tajo en la 4C.

Camiones con lo que se trabajaba en los tajos de la 4C, Tajo Sonora Hill, 1959 (Foto: Pedro García).

Pasó el tiempo y Alberto siguió laborando en los camiones. Cuando empezó a trabajar en esos mastodontes eran de 35 toneladas de capacidad, pero años después los camiones ya eran de 120 toneladas y conforme fue incrementando la producción de mineral, fue aumentando la capacidad de la maquinaria, actualmente la empresa tiene camiones hasta de 400 toneladas de carga en cada viaje. La segunda ocasión en que estuvo en peligro manejaba un camión de 120 toneladas y así lo narra:

“Vamos viendo si tengo razón en la parte de los milagros. La parte donde andaba acarreando metal aquella noche se le conocía como Área Este. De esta zona a la quebradora primaria había un kilómetro aproximadamente, en ese trayecto había varias curvas. Ya eran las 2 de la madrugada, ya faltaba una hora para el descanso de media hora. Ese camino Iba por la mitad de un cerro, faldeando en el trayecto del Área Este a la quebradora primaria. Había una curva hacia la izquierda, pero al salir de esa curva inmediatamente era como una “S” y al salir de la primera parte de la curva, allí me dormí, ya no alcance a dar la segunda parte de la “S”, no alcancé a dar vuelta hacia la derecha para seguir el camino como debía de ser, el camión siguió por la orilla del voladero a vuelta de rueda porque afortunadamente solté el acelerador, aflojé el pie bien dormido, y el camión de 120 toneladas siguió caminando solo como un minuto, o no sé cuánto, por la pura orilla hasta que por fin al dar con una curva muy abierta, en la orilla del voladero estaba mi salvación, porque el camión sin perder la dirección que llevaba, se fue derecho a un peñasco que milagrosamente era el único que habían dejado, quizás para que me salvara la vida, porque al chocar desperté de inmediato, frené y allí estuvo mi salvación, si no, a escasos dos metros me hubiese ido al vacío de 250 metros de profundidad y no la estuviese contando. El tractorista había dejado el peñasco bastante grande en la orilla del banco. Siempre que daban la orden de limpiar el banco, era de limpiar todo, que no quedara nada. El tractorista fácilmente lo hubiese echado con el tractor para abajo del voladero, pero allí lo dejó.”

Alberto Moreno Duarte “El Operador” al pie de un camión WABCO 65 HAULPAK de 65 toneladas nominales, c1960 (Foto: Gustavo A. Moreno M.).

Hubo una tercera vez en la Alberto estuvo en grave peligro mientras laboraba como chofer especial en los camiones de voltea. En esta ocasión manejaba un camión con capacidad de 375 toneladas nominales, pero podían cargar fácilmente las 400 toneladas. Ese día del incidente así lo narra:

“Otra vez que estuve a punto de perder mi existencia en este mundo, fue en un pueble nocturno, precisamente al comenzar a laborar en aquel turno. En lo más alto de la sierra, donde se estaba iniciando una ampliación al tajo Colorada-Veta. Aquella vez era una noche terrible, con mucho viento muy helado, me poblaron en un camión de 375 toneladas de capacidad, ese camión era uno de los tres que habían llegado defectuosos de la fábrica, al chofer que se lo tenían asignado esa noche había faltado al trabajo, quizás por el mal tiempo o por algún otro motivo, el caso es que me lo asignaron a mí por esa noche. Cheque el camión y todo estaba bien. Me subí al camión para ir a descargarlo porque en el pueble anterior los habían dejado cargado. Al comenzar a transitar en él, lo sentí muy raro, noté que al tomar un pequeño montículo en el camino, se levantaba demasiado de la parte delantera como si se fuera a inclinar o balancear. Pero así llegué al vaciadero del tepetate, como se le nombraba al material que no tiene ningún valor. Al llegar al vaciadero, es necesario entrar de frente dar la vuelta y avanzar en reversa hasta la orilla del vaciadero para que el material ruede hacia abajo. En esa parte donde se estaba vaciando, el barranco estaba muy profundo, unos 700 metros aproximadamente, y para mi mala suerte el señalero que estaba adentro de la caseta no salió a darme indicaciones, pensé que por el mal tiempo que hacía. Y le di para atrás al camión para vaciar y no alcancé a ver como estaba la orilla y resulta que la orilla estaba honda porque no habían emparejado en todo el pueble anterior. El camión cayó al zanjón  que se había formado con la entrada de todos los camiones que entraron en el turno anterior. ¿Y qué pasó? Que al caer las ruedas traseras al zanjón con 375 toneladas de carga, se levantó de la parte delantera y yo quedé en las nubes temiendo que la orilla no resistiera el peso de tanta carga. Muerto de miedo, sin poder pensar en el peligro tan terrible en que me encontraba en esos momentos, trate de sacar el camión con la parte delantera levantada y no pudo salir. A pesar del miedo que tenía, pensé en aplicar el sistema de levante, pero también pensé en que se iba a duplicar el peso de la carga, con peligro de que la orilla no resistiera. Pero no me quedaba de otra más que arriesgarme, porque no podía brincar desde la canina, estaba muy alto. No llegó nadie en todo ese larguísimo momento en que yo estaba en grave problema tan peligroso, de vida o muerte. Ni siquiera el señalero salía de su caseta, pero después me di cuenta de que no había ningún señalero, porque había faltado. Por fin me decidí aplicar el sistema de levante con el motor muy acelerado para que vaciara la carga o el camión y yo nos fuésemos al vacío. Pero el milagro del todopoderoso por tercera vez se volvió a repetir, el camión vació la carga rápidamente y la parte delantera cayó al piso, en el momento aplique la marcha hacia delante y paré el camión en lugar seguro, estuve un buen rato para poderme controlar. Tomé el regreso para la pala y cuando llegué la estaban cambiando de lugar, ese fue el motivo que mientras yo estaba en grave peligro, el personal de la pala estaba ocupado, pero en cuanto se desocupó el mayordomo del pueble le comuniqué lo sucedido, porque yo todavía andaba todo tembloroso del susto que había tenido en el vaciadero y le pedí que me cambiara de camión o me diera un permiso para irme al hospital. Accedió a cambiarme de camión y me mandó a otro lugar menos peligroso.”

Alberto Moreno Duarte “El Operador” al pie de un camión WABCO 120 HAULPAK de 120 toneladas nominales, c1965 (Foto: Gustavo A. Moreno M.).

Alberto Moreno Duarte “El Operador” al pie del camión, arriba Francisco Cha. Camión WABCO de 120 toneladas, mediados de 1970’s (Foto: Gustavo A. Moreno M.).

Después de trabajar unos 34 años en el tajo para la minera de Cananea, Alberto conforme a escalafón y capacidad le correspondía, tuvo ascensos en varias categorías. Su último ascenso fue en el año de 1979, así lo comenta:

“El día menos esperado me dieron la noticia de que había el último ascenso para mí. Se trataba de dos vacantes que se había disponibles en mi escalafón, una para tractorista y la otra para operador de palas, últimas categorías para un trabajador sindicalizado. Al siguiente día contesté que iba a tomar el ascenso a las palas. Los monstruos más grandes y poderosos de trabajo. Allí la práctica es de un mes para poder dominar todos los movimientos para trabajar con la máxima seguridad y dar todo el rendimiento posible. Al siguiente día empezó mi prueba en el pueble nocturno. Comencé con maestros operadores con mucha experiencia, pero no me soltaban los controles de la pala, me la pasaba a puras explicaciones y observaciones, hasta que de los 15 días en adelante, comenzamos con los movimientos más sencillos: mover la pala para atrás y para adelante, para que le fuera tomando confianza a la gigantesca máquina. Hasta que poco a poco la fui dominando, y por fin me la soltaron para que cargara camiones con la supervisión del operador de planta. Cuando tenía una semana de haber iniciado la práctica de un mes, sucedió un incidente sumamente raro. Cuando llevaba unos días de práctica, pasó algo que en toda la historia del trabajo del tajo, o sea desde 1942, no había ocurrido. Sucedió al comenzar a laborar en el pueble nocturno al cuarto día de haber comenzado el mes de práctica para mi ascenso. El operador responsable que me tocó aquella noche era Eduardo Herrera. El mayordomo del pueble le dio instrucciones y lugar para instalar la pala No. 7. Era una de las palas más nuevas que recién habían llegado en un segundo paquete de palas eléctricas, más grandes que las primeras que se adquirieron. El operador acomodó la pala donde le ordenaron, pero no informaron que en el pueble anterior habían rellenado con puro material fino, un hoyo bastante hondo que había permanecido allí por mucho tiempo y la compactación no fue suficiente como para soportar el peso tan grande como el de una pala trabajando encima. El operador estaba batallando con un peñasco de unas 10 toneladas para bajarlo de la orilla del talud maniobrando con el cucharon, pero la pala comenzó a hundirse para el lado derecho hasta que quedó completamente acostada. No sentimos miedo porque la máquina estaba en lo parejo, no había voladeros para ningún lado, el peligro era que la pala, como era eléctrica, al romperse un cable se hubiese electrificado el chasis, pero afortunadamente no pasó nada con la corriente eléctrica, porque entonces hubiéramos quedado hechos cenizas. Pero eso ni lo tomamos en cuenta, porque con tanto polvo que se formó en ese momento no encontrábamos por donde salir, hasta que los choferes que estaban esperando nos ayudaron, pero por tantito nos ahogamos con tanto polvo. En la investigación que levantó la empresa, el operador se enredó todo y no supo defenderse y lo castigaron 10 días y, a mí, como nomás estaba de observador, me dijeron que lo tomara como experiencia y me dejaron terminar la prueba de un mes y la pasé satisfactoriamente.”

Trabajó dos años más como operador de palas, después se sintió muy cansado y solicitó el retiro, mientras el hospital lo aprobaba lo cambiaron al departamento de veladores para que descansara y al año aprobaron el retiro que tuvo efecto a partir del 2 de junio de 1982.

Palas utilizadas en los tajos por la Compañía minera de Cananea.

COMO MIEMBRO DE LA SECCIÓN 65 DEL SINDICATO MINERO

Desde que Alberto empezó a trabajar en la minera de Cananea, estuvo afiliado a la Sección 65 del Sindicato Industrial de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana (SITMMSRM), que había sido constituida el 17 de noviembre de 1935, para sustituir al Gran Sindicato Mártires de 1906 y tener un apoyo a nivel nacional. Una sección que resultó muy combativa, que logró mayores beneficios para sus miembros que otras secciones del SITMMSRM (después cambiaría su nombre a Sindicato Nacional de Mineros……).

Credencial que lo acredita como miembro de la Sección 65 del SITMMSRM, 1947. Probablemente la foto fue reciclada y es de c1943 (Foto: A. Elizabeth Moreno M.).

A pesar de no tener estudios oficiales, Alberto obtuvo puestos que ayudaron a defender a sus compañeros. Su paso por el sindicato así lo relata:

“Como miembro del sindicato no creo que me haya ido mal al cumplir con mis obligaciones sindicales, al cumplir con las cláusulas que rigen los estatutos, como son: asistir, en primer lugar, a las asambleas semanarias, para estar informados, todos los miembros, de los asuntos que en ellas se trataban, como elegir a los miembros de la mesa directiva; nombrar a un presidente de los debates para dirigir los debates y dar la palabra a los asambleístas que quieran exponer algún problema. Nombrar comisiones para las diferentes áreas o secretarías del sindicato. La mesa directiva estaba constituida del Secretario General, Secretario de Trabajo, Secretario de Previsión Social, Secretario de Estadística, Secretarios de Asuntos Políticos, Tesorero y el Consejo de Vigilancia y Justicia. Este último está constituido de tres miembros: Presidente, Primer Vocal y Segundo Vocal, además de una secretaria que levanta el acta en cada asamblea.

Además existían los Comisionados de Ajustes en cada uno de los departamentos de la empresa. Por lo que a mí me toca, fui nombrado en dos ocasiones comisionado de ajustes por periodos de dos años y un periodo de dos años como presidente de la Comisión de Ajustes.

Empecé a escribir en el periódico 1906, órgano de difusión del sindicato, y logré algo de éxito y quisieron que yo lo dirigiera, pero no, no lo acepté, porque no me consideraba apto para echarme esa responsabilidad. Después me propusieron como primer comisario en la cooperativa, esto fue por votación, pero como fuimos dos los propuestos, el otro ganó por mayoría. En otra ocasión me propusieron para tesorero de la casa del minero, como no estaba presente en esa asamblea, renuncié por escrito con carácter de irrevocable, los números no se me daban.

Después salí electo para integrar una comisión constituida por 4 personas, para ir a gestionar a la Ciudad de México, con los altos jefes de la empresa, un vehículo para hacer las visitas médicas domiciliarias para los enfermos, que por su gravedad no pudiesen asistir a recibir atención médica a la clínica. Para trasladarnos a la Ciudad de México, salimos de Cananea a Hermosillo en un carro de uno de los comisionados. Llegamos a Hermosillo y allí tomamos un camión. Pero cuando llegamos a Nayarit nos echamos un sabrosísimo guachinango. Cuando llegamos a Guadalajara me daban ganas de tirarme en el piso porque ya no hallaba como sentarme. Allí el camión se estuvo como una hora, no supe el motivo, pero tuvimos tiempo para descansar un poco. Llegamos a la Ciudad de México y se me hizo que había llegado a otro mundo. Tomamos un taxi para que nos llevara al Hotel Minero, nos identificamos y nos dieron un cuarto a cada uno. Descansamos esa noche y en la mañana como a las 10 nos fuimos a la oficina del Secretario General Napoleón Gómez Sada, para platicar el asunto que llevábamos. Le pareció bien y designo al Secretario de Trabajo para que fuera con nosotros a las oficinas generales donde estaban los altos jefes de la empresa. Allí también estaba el jefe de personal de Cananea. Nos estuvimos tres días más para conocer las partes más importantes de la ciudad. Conseguimos un carro VW del año y los pasajes en avión hasta Hermosillo, única vez que viaje en avión. En Hermosillo nos echamos un taco (comimos) en un restaurante que se llamaba El Corral, donde comimos un caldo largo, un platillo a base de mariscos. Allí nos llegó la hora de irnos a Cananea, a donde llegamos ya tarde, a eso de las 9 de la noche. No recuerdo si ese día era lunes o martes, pero el jueves teníamos que informar en la asamblea, que estuvo muy concurrida, donde informamos como pudimos conseguir solo un carro para hacer las visitas médicas domiciliarias. No faltó quien nos gritara que a la otra íbamos a conseguir una bicicleta. Pero la gente comprendió que un carro como el que se consiguió, era suficiente para lo que se necesitaba y estuvieron conformes..

Y hasta allí llegaron mis intervenciones sindicales, excepto para presentarme cada jueves a las asambleas, tal como era mi obligación, hasta que dejé de ser miembro de la entonces gloriosa Sección 65.

Tengo la seguridad de que mis servicios siempre fueron buenos, tanto para la empresa como para el sindicato, porque siempre cumplí con las dos partes. Por el lado de la empresa siempre cumplí con el trabajo que se me ordenaba y casi nunca faltaba, por lo tanto siempre tuve un buen record, lo digo porque siempre se me concedían mis solicitudes a las cuales tenía por derecho de acuerdo con el contrato colectivo de trabajo. Esto lo digo porque no a todos los que solicitaban alguna prestación se le concedía o se les dificultaba mucho conseguirla. Cumplir con las obligaciones que establece el contrato se tomaba muy en cuenta, porque diariamente te van formando un record, por el cual la empresa cumple con el trabajador en caso de peticiones que solicite o violaciones que en ocasiones le causan hasta el despido. Por tal motivo, al terminar cada revisión del contrato colectivo, a cada trabajador se le entrega una copia para que supiera a qué atenerse, pero mucha gente en lugar de leerlo lo tiraban o lo guardaban, pero cuando cometían alguna infracción iban a llorar al sindicato para que lo defendiera. Pero si la infracción era grave los corrían. En ocasiones había trabajadores que no sabían leer ni escribir y la empresa le hablaba al representante sindical para que le explicara la situación al infractor y después de platicar con los representantes de la empresa y del sindicato, se decidía si se le despedía o quedaba en un castigo, dependiendo del record del trabajador.”

POR LA LIBRE

Alberto era una persona muy activa, cuando no estaba en el trabajo o el sindicato, en casa siempre estaba haciendo algo en lo que involucraba a los hijos: limpiaban el corral o el frente de la casa, acomodaban el subterráneo, pintaban alguna habitación, siempre había algo que arreglar, hasta los involucró en la ampliación de la casa a pesar de que contrató albañiles.

Le gustaba mucho salir al monte, en cuanto hacía poco calor, casi todos los fines de semana, acompañados de otras familias, salían de día de campo: El Jaralito, Las Gallinitas, Cuitaca, La Granja de la Cooperativa, a juntar bellotas a los encinales; no faltaba a donde. Por eso, a sus 58 años de edad, cuando se retiró de la Compañía Minera no podía estar sin hacer nada, por lo que pronto se involucró en otras actividades y trabajos, así lo narra:

“Dejé de trabajar en la compañía y descansé un poco, pero me enfadaba mucho sin hacer nada y me fui a los arroyos a gambusear, pero llegó el invierno y dejé de hacerlo.

Trabajé por poco tiempo en algunas empresas y después, fui a buscar al presidente municipal Rafael Carrillo Monzón (1985-1988), un ex-miembro de la Sección 65, y le pregunté que si tenía trabajo para mí, me dijo que por lo pronto me podía poner en la carcelita preventiva que se encontraba en el sótano del palacio, nomás para que estuviera al pendiente de los presos, mientras salía algo mejor. Posteriormente se abrió una plaza en el Museo de la Lucha Obrera donde trabajé poco tiempo, el Ayuntamiento no tenía para pagar tres veladores y nos recortaron a 2.

Como a los 15 días me habló Carrillo Monzón para decirme que se necesitaba un velador en el aeropuerto, porque se requerían dos y había renunciado uno, para pronto le dije que sí. Cuidábamos 3 avionetas, a veces 4, nomás para que no les hicieran daño. Lástima que ese trabajo solo fue por unos tres meses, más o menos. Las avionetas eran particulares, nos daban buenas propinas cuando les ayudábamos a echarles combustible, había veces que nos iba bien porque era el salario más los 20 o 25 dólares cada semana. El último día el jefe se sacó un buen fajo de dólares y nos dio un billete a cada uno. Yo los tomé y me los eché a la bolsa sin ver de cuanto era, pero cuando me lo saqué de la bolsa vi que era de $100, pero hasta allí llegó ese trabajo. Después nos dimos cuenta que los dueños de las avionetas era un grupo de narcotraficantes que querían establecerse en Cananea, pero no pudieron, porque traían las mercancía de Chihuahua y comenzaron a distribuirla, hasta que los descubrieron y metieron a uno al tambo en Chihuahua.

Después trabajé en la ferretería y maderería de Ricardo Elías por unos 6 meses. Más delante, platicando con Daniel Rascón, quién tenía un taller mecánico enfrente del Tecnológico, me dijo que necesitaba un velador, que si quería la chamba, que el me podía pagar un poco más en horario nocturno de 8 pm a 6 am y acepté. Mientras trabajé en el taller, ocupaba un cuarto pequeño cerca de la oficina, donde yo pasaba buena parte de la noche, desde que llegué oía ruiditos extraños, como de ratones, sentía que me tocaban la espalda y el cuello, me buscaba algún animal, me quitaba la camisa y la sacudía, pero nunca encontré alguno. Cada noche era igual, hasta que un día no aguanté y me salí del cuarto, puse la camioneta abajo de un poste de luz que estaba a unos 15 metros del cuarto. Tenía unos diez minutos encerrado en la camioneta cuando escuché una voz de mujer que me dio las buenas noches, pero habló en un estilo muy indígena y antiguo (güenas nochis), no contesté, me salí del vehículo y busqué por todos lados y no encontré a nadie; me subí de nuevo a la camioneta y le puse los seguros, apenas me estaba a acomodando cuando me siguieron molestando, aunque seguí calmado y no sentía temor, no hablaba nada, salí nuevamente del vehículo y revisé de nuevo si había alguien más, con el mismo resultado, subí nuevamente a la camioneta pero siguió sucediendo lo mismo hasta que amaneció, para entonces ya sentía miedo, estaba tembloroso y no me podía controlar, tuve que ir al hospital para que me dieran algún calmante y me dieron una orden para el día siguiente consultar a un siquiatra en Agua Prieta. Tuve la consulta, medió medicinas y una cita para que volviera después.

Para cuando regresé de Agua Prieta ya estaba más tranquilo, pero además me encontré con mi amigo Julio Quijano y me dijo que en teléfonos (TELMEX) estaban necesitando un velador e inmediatamente me presenté a solicitar el empleo y lo conseguí. Me hicieron el contrato y esa misma noche comencé a trabajar. Por un tiempo estuve laborando es esa empresa pero de repente me recortaron. Después trabajé en otras empresas, siempre por poco tiempo. Finalmente me recontrataron en TELMEX y después de unos años empecé a tramitar mi pensión, pues ya estaba muy cansado.”

LA FAMILIA

Una vez asegurado el trabajo, para finales de la década de los 1940’s, Alberto empezó a cortejar a Adolfina Martínez Torres con la que contrajo nupcias a los 25 años. Van a vivir a la casa de la familia Moreno Duarte en Av. Durango No. 99, casa a la que se cambian después de 1945. Alberto y Adolfina vivieron allí hasta 1952 después de que nacieron los tres primeros hijos. Para septiembre de 1952 se cambian a una casa ubicada en Callejón Pesqueira No. 117, donde permanecen hasta 1956, ya que habían construido su propia casa en el mismo callejón pero en el No. 107, donde permanecieron hasta su muerte.

Del matrimonio nacen 8 hijos, cinco hombres y tres mujeres. Alba Lidia (1949) Hector Alberto (1951), Javier (1952), Rene (1954-1954+), María Auxiliadora (1955), Gustavo Adolfo (1956), Ana Elizabeth (1958) y Cuauhtémoc (1965). Con los 7 hijos la descendencia creció y tuvieron 17 nietos, 19 bisnietos Y 2 tataranietos hasta el 2024, pero la cuenta no ha terminado.

Alberto Moreno Duarte a los 24 años, poco antes de casarse. (Foto: Gustavo A. Moreno M.).

Fue una familia de 9 miembros, incluyendo a los padres, jamás vivieron con lujos, pero en casa nunca faltó comida y ropa, pero sobre todo, los estudios eran de primordial importancia para ellos, de tal manera que todos, sin excepción, tuvieron estudios en escuelas oficiales y particulares. En la familia hay 2 ingenieros, 1 profesor en educación física, 1 abogado, 2 contadores privados y 1 secretaria ejecutiva. Todos estudiaron hasta donde quisieron, él siempre los apoyó hasta el final.

Familia Moreno Martínez, 07/08/1999. Parados: Javier, María Auxiliadora, Gustavo, Alba Lidia, Hector. Sentados: Ana Elizabeth, Alberto, Adolfina, Cuauhtémoc.

Después de que se retiró de TELMEX, finalmente se dedicó a descansar, poco a poco dejó de hacer cosas en la casa, salía poco, iba por sus medicinas al hospital, a comprar víveres, a visitar algún amigo. En la casa casi todos los días había visitas de parientes, vecinos y amigos. Veía televisión, su entretenimiento favorito; oía música, siempre le gustó la buena música: boleros, pasos dobles, clásica, las grandes bandas como Glenn Miller, Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, los grandes tríos, Celio González. Sabía cantar, tenía buena voz, aunque no lo hacía con frecuencia, solo lo hacía en momentos muy especiales y después de pedírselo muchas veces, interpretaba de Javier Solís, Agustín Lara, de tríos. Los últimos años se bajaba al subterráneo donde tenía su reproductor de CD´s y pasaba horas escuchando su música. Le gustaba escribir poemas cortos y hasta un par de canciones tiene en su historial. También escribió sus memoria, base de esta radiografía de su vida.

Así pasaron los años y con el tiempo sus enfermedades avanzaron y en Cananea ya no lo atendían como debía ser, tampoco a su esposa. En el hospital de la compañía sólo le daban algunos de los medicamente y el seguro igual, pero tratamientos de otro tipo y quirúrgicos, ya no, al igual que la mayoría de los retirados ya no los atendían como cuando estaban activos, sobre todo a partir de 1989 cuando la empresa pasó a manos del Grupo México.

Cuando las enfermedades evolucionaron, los hijos tuvieron que intervenir para sacar a sus padres de la ciudad y llevarlos a que fueran atendidos, sobre todo, en el estado de Chihuahua donde visitaron médicos en Cd. Juárez, Chihuahua, Delicias y Cuauhtémoc. En esta última ciudad, finalmente un infarto lo puso en coma y después de tres días murió en el hospital el 19 de septiembre de 2013 a la edad de 89 años. Fue trasladado a Cananea, cremado y depositadas sus cenizas en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Casi tres años después, muere su compañera de vida, Adolfina Martínez Torres, el 18 de junio de 2016 en la ciudad de Delicias, Chihuahua, donde fue cremada, sus cenizas llevadas a Cananea y depositadas en el mismo nicho de la Parroquia de Guadalupe.

 


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